martes, 11 de diciembre de 2012

La gloria de Tutmosis III


Poco a poco emerge de la arena de Lúxor el templo funerario de Tutmosis III, conocido como el Napoleón egipcio y quizá el más importante de los faraones.
La arqueóloga española Myriam Seco dirige el equipo que desde 2008 rescata del olvido este fascinante tesoro histórico y artístico.


¡Ya raies!”. La poderosa voz de Myriam Seco recorre de punta a punta las ruinas del templo de Tutmosis III, que resurge lenta y majestuosamente bajo la arena. El rais, el capataz de la excavación, Nagdi, levanta la cabeza y responde desde las piedras de la capilla de Hathor. La mudira, la jefa, quiere que dispongan una escalera en una de las tumbas de pozo halladas bajo el pavimento. Vamos a bajar. ¡Oh, Dios! No puedo impedir tragar saliva. El cielo de Egipto se extiende infinito sobre mi cabeza hasta chocar, diríase, como un mar contra el farallón de la montaña sa­­grada perforada de tumbas y secretos. Miro a lo alto a la familiar pirámide natural de la cima, El Qurn, y musito una oración a la diosa cobra Meretseger, patrona del lugar (esperemos no encontrar a ninguna de sus escamosas encarnaciones).

Ayer aún estaba en Barcelona, y esta mañana, sin apenas más transición que un alucinado trayecto nocturno en coche en el que pasamos junto a un pobre perro atropellado que aullaba como Anubis, ya estoy metido en el ajetreo de las excavaciones en el margen oeste del Nilo, en plena necrópolis tebana (Lúxor). El de Seco es uno de los grandes proyectos de la arqueología española: desvelar, estudiar y recuperar el templo funerario de uno de los más grandes faraones de la historia –para algunos, el mayor–, Tutmosis III, el vencedor de Meggido, el hombre que llevó a su cénit el imperio y trastatarabuelo de Tutankamón. De momento no hallo la clave para comprender esta vorágine de fragmentos cubiertos de tiempo y jeroglíficos. Me aferro a la libreta y al bolígrafo y echándole oficio sigo a Myriam hacia la amenazante boca de la tumba. La arqueóloga sevillana no para de suministrar información, y las épocas, faraones, divinidades y materiales se me mezclan con el sudor, el polvo y el miedo en una pasta que parece taponarme la garganta.

Bajamos por una escalera de mano de aspecto precario. Llegados al fondo, Myriam señala una cámara lateral excavada en la roca. Ahí aparecieron restos humanos y cerámica. Gente pobre, sin momificar, que reaprovechó el sepulcro, construido antes de que se levantara el templo. A la arqueóloga le parece una tumba “muy bonita”. No sabría qué decirles. Sale uno con un reconfortante sentimiento de resurrección y vivificado, incluso audaz. Hasta que la directora sugiere meternos en otra. Y esta es la pièce de résistance del yacimiento, la número 8, un pozo tan profundo que da cosa hasta mirar. Está aún en excavación: a casi nueve metros de profundidad todavía no han encontrado la cámara sepulcral. En la boca de la tumba se ha instalado una estructura digna de una película de Indiana Jones de la que pende una polea y una cuerda. Cuando me asomo, aferrado a la túnica de un trabajador, sube un capazo lleno de tierra fresca. No alcanzo a atisbar el fondo. Con una agilidad envidiable, Myriam se agarra a la escalera y desaparece en las profundidades. Sigo a la mudira encomendándome a Osiris. No sé dónde acaba el temblor de la escalera y empieza el mío. De repente ya estoy en el fondo. Al acostumbrarme a la penumbra distingo a dos egipcios vestidos con galabiyas y turbantes. Myriam me señala unas precarias vigas en las paredes y resalta el trabajo de ingeniería que se ha hecho, dice, para que la tumba ¡no se hunda! Para conjurar mi espanto trato de entrevistar a los dos obreros. Dicen que preferirían trabajar fuera.

    Lo que parecía un descampado se está convirtiendo en un monumento con todas las de la ley

La directora cree que esta tumba podría estar inviolada. “Me da buena impresión, llevamos un mes cavando y aún no hay indicios de la cámara, a lo mejor nos das suerte y aparece hoy”. El dintel surgirá un metro más abajo, al día siguiente. “Me encanta este yacimiento, es como tener dos concesiones, el templo del Imperio Nuevo arriba y las tumbas del Segundo Periodo Intermedio debajo”, dice la arqueóloga. “¡Me gustan mucho las tumbas!”, exclama. Llevan nueve, de pasillo y de pozo, una de ellas apareció con la cámara funeraria sellada. Han encontrado huesos humanos y fragmentos de ataúdes. Le comento que es como una enfermedad lo de las tumbas, también le gustan –¡y me ha hecho meterme en ellas!– al madrileño José Manuel Galán, el director de las excavaciones en las de Djehuty y Hery. Galán y Seco han accedido por propio derecho a la crème de la arqueología mundial. Excavan en la necrópolis tebana, lo más en el universo de la egiptología. Baste con decir que Myriam tiene a su derecha (mirando al Nilo) el Ramesseum; a la izquierda, la entrada a Deir el Bahari, y detrás, pasando las tumbas de los nobles en Abd el Qurna, al otro lado de la montaña, el Valle de los Reyes. La campaña de este año, con 130 obreros egipcios y un equipo científico de una treintena de miembros, la mayoría españoles, se desarrolla desde el 15 de septiembre hasta el 18 de diciembre.


Myriam Seco y otros miembros de la expedición que dirige en la entrada de la tumba más profunda excavada hasta ahora en el templo de Tutmosis III.

El templo de Millones de Años de Tutmosis III (así se denominaba a los templos funerarios del Imperio Nuevo) era un lugar de culto del rey divinizado y asociado con Amón. Construido sobre una necrópolis de época anterior (un “gruyère de tumbas”, en palabras del arqueólogo libanés Ibrahim Noureddine), es una vasta extensión de ruinas cuya comprensión dificulta aún más el hecho de que parte de su superficie está atravesada por la carretera de acceso a la zona arqueológica del West Bank, la ribera oeste de Lúxor. El proyecto que dirigen Myriam Seco y, por parte egipcia, Nur Abd el Gafar Mohammed, y que pretende que el templo sea visitable como un museo al aire libre, es fruto de la cooperación entre el Servicio de Antigüedades egipcio y la Academia de Bellas Artes de Sevilla, y lo financian CEPSA y la Fundación Botín. Los trabajos comenzaron en 2008, con una temporada dedicada prácticamente a quitar escombros. Lo que se ha hecho desde entonces, en cinco campañas, es portentoso. Lo que parecía un descampado se está convirtiendo en un monumento con todas las de la ley. Todavía hace falta que te lo detallen, pero la estructura es comprensible y parte de ella, tras una concienzuda labor de excavación y reconstrucción, resulta visible. Los arqueólogos han sacado a la luz los pilonos de entrada del templo, de los que se conserva una parte importante, aunque quedan incongruentemente al otro lado de la carretera por la que transita el tráfico rodado, incluidos los pocos autocares de turistas que visitan Lúxor desde la revolución. Todo el recinto del templo, dispuesto en terrazas unidas por rampas, estaba amurallado e incluía diferentes patios. El templo funerario de Tutmosis III estaba dedicado a Amón aunque englobaba también una capilla consagrada a la diosa Hathor.

La zona ha cambiado mucho en los últimos años al decidir el Gobierno echar abajo las viviendas de la gente que desde hace generaciones vivía en la zona. Un desahucio realmente faraónico. El paisaje ha recuperado su autenticidad y sobriedad. Resulta hermoso y misterioso. Solo faltan los chacales y las patrullas de policía Medjay con babuinos. Quedan varias casas en pie. Myriam explica que tras la revolución, aprovechando el caos, algunas de las familias trasladadas fuera del área arqueológica han regresado y las usan como segunda residencia. La mudira, que viste vaqueros y camisa de cuadros y se toca con un sombrero de paja con una cinta en la que se lee “Banco de Santander”, traza sobre el polvo junto a la carretera un somero plano del templo, ajena al paso de un tractor.

    Cada miembro del equipo sueña con encontrar en el templo de Tutmosis respuestas a sus preguntas

Se empezó a construir en los primeros años de reinado de Tutmosis III y acabó en época de su hijo Amenofis II. Está excavado en la roca y rodeado de un potente muro de adobe. Tras la entrada con pilonos, se accedía por una rampa a un primer patio, otra rampa llevaba a un pórtico con pilares y estatuas osiriacas del faraón, y de ahí se accedía a un peristilo (patio descubierto con columnas) y a la sala hipóstila. Al fondo estaba el santuario, con las capillas dedicadas a la barca de Amón, a Ra Horajti y al difunto faraón. Una de las capillas era abovedada. “Una de las grandes atracciones del templo”, insiste Seco, “son los pilonos; es excepcional que se conserven pilonos de adobe como estos de la 18ª dinastía”.

Le pregunto por los grandes agujeros que parecen pozos y pueden verse en varios lugares del templo. “Eran maceteros gigantes en los que se habían plantado árboles que creaban zonas verdes”. Como parte del proyecto de museización se quiere replantarlos. Y es verdad que uno agradecería su sombra. El templo fue excavado antes por Weigall, rival de Carter, en 1907 (un mes), en el curso de su frenética actividad en Lúxor, y luego, en los años treinta, por el suizo Herbert Ricke, que, como arquitecto, estaba interesado en dilucidar la planta, pero nunca en toda su extensión.

El entusiasmo de Myriam es contagioso –“tienes que imaginarte todo esto imponente, con los muros encalados y los estandartes flameando”– y pronto me encuentro disfrutando de lo lindo. Los materiales de construcción y decoración, me recalcan, son de primera, como corresponde a un monumento consagrado a un faraón. “Aquí trabajaron los mejores artesanos de la necrópolis tebana, los tipos de Deir el Medina se ganaron el sueldo”, subraya Javier Martínez Babón, que, como especialista en historia militar del antiguo Egipto, está encantado de excavar el templo del gran faraón guerrero. La arquitectura demuestra también que la calidad era máxima: todo es de una exactitud y pulcritud increíbles. “¡Qué tíos, cómo controlaban, trabajaban al milímetro!”. Myriam señala la casa de los sacerdotes y otras dependencias halladas este año y que podrían estar relacionadas con quienes se dedicaban al mantenimiento del templo. Le pregunto si los constructores sabían que estaban en un cementerio. “Probablemente. En otros templos también se han encontrado tumbas debajo. Eran muy pragmáticos”.


Los arqueólogos calculan que se usaron diez millones de bloques de adobe para levantar el muro que rodea el templo. Cada cuadrilla marcaba sus piezas con un símbolo.

El muro perimetral, que fue imponente, con diez metros de altura, está siendo excavado y reconstruido con adobes que se hacen junto al yacimiento como hace 3.500 años, con la misma tierra, y paja. Lo de los adobes es un mundo. Agustín Gamarra me explica cómo han descubierto que muchos presentan la marca del adobero, para cobrar. Ya han detectado una veintena de esas marcas –líneas, agujeros hechos con los dedos–, que les permitirán determinar la forma de trabajar de los constructores. Inmaculada Lozano se dedica a consolidar parte del encalado que aún se conserva en el muro. En un sector, parte de ese muro se derrumbó en la antigüedad, posiblemente por un terremoto, y ha aparecido así, congelado en el tiempo. ¿Cuántos adobes se utilizaron en el templo? “Uf, calcula unos diez millones solo en el cerramiento “, dice Gamarra.

Al fondo del enorme yacimiento se encuentra el viejo almacén empleado por Weigall y Ricke. “Había quedado tapado por escombros y una de nuestras primeras sorpresas fue redescubrirlo: estaba lleno de piezas interesantísimas, sin publicar, que aún estamos estudiando”. Dentro, la arqueóloga canadiense Erin Wilson, que se encarga de los restos humanos y animales, está trabajando en el esqueleto de un perro momificado. Junto a él me enseña unas trenzas que aparecieron con el can y que han resultado ser de un niño y no de un perro rasta. “Probablemente se las cortó y las enterraron con la mascota como muestra de pena”. La misión española tiene su propia mascota, la perrita Lucky, hallada desnutrida en el templo. En el yacimiento han aparecido también huevos momificados. En un pote veo huesos humanos. Y una vasija llena de paquetitos. “Puede que sean comida”, dice Wilson, “o quizá órganos”, añade con un brillo de ilusión en sus bonitos ojos de color celeste.

    El templo es como un gran puzle que los arqueólogos tratan de recomponer con paciencia infinita

Todo está lleno de fragmentos arquitectónicos, trozos de caliza y arenisca, el granito de alguna columna o estatua; muchos, con bajorrelieves e inscripciones, y algunos, con restos de pintura. Una cosecha maravillosa. Observo una diosa mutilada, un texto con jeroglífico, una piedra con un ojo pintado que parece mirarme desde un abismo de tiempo. Un trozo de cerámica muestra una preciosa decoración en rojo y azul. El templo es un enorme puzle que los arqueólogos tratan de recomponer clasificando con paciencia infinita los fragmentos e introduciéndolos en una base de datos que permita dilucidar el lugar que ocupaban. Deambulo tranquilo porque me han dicho que no hay serpientes (aunque sí escorpiones, a los que Khalabi, el bromista aguador, atrapa y arranca el aguijón antes de tirártelos por encima). Por todas partes se ven apiladas jaulas como para gallinas rellenas de trozos de materiales arqueológicos. Martínez Babón me señala inscripciones en un bloque de caliza en las que se percibe la damnatio del nombre de Amón, borrado por los herejes de Akenatón, y que ejemplifica la inquina de Amarna contra el dios y sus seguidores. En otro bloque muestra el cartucho con el nombre de Tutmosis III. Y en otro más, un escarabajo con las alas abiertas, el sol en las patas delanteras y en las traseras el símbolo shen de protección eterna. Un fragmento de bóveda conserva un cielo tachonado de estrellas.

En el lugar han aparecido fragmentos de estatuas, pero ninguna completa. Le digo a la directora, para animarla, que cualquier día les va a aparecer una. “Claro”, responde con una mueca de feroz seguridad que me hace pensar en Sekhmet, la diosa león. Myriam dice que en el equipo cada uno tiene su propia carta a los Reyes Magos. Todos sueñan con encontrar respuesta a sus preguntas. Nos acercamos al lugar donde María Antonia Moreno, bajo un parasol, realiza restauración de urgencia. “Tenemos muchos frentes abiertos”, dice, y muestra unos collares de fayenza, un vaso de cerámica precioso que salió entero y que me deja coger. Un fragmento de ataúd pintado presenta un resto de lino pegado: ¡la sombra de la momia! En un relieve se ven unos remeros. “Creemos que el templo contenía imágenes de las campañas militares de Tutmosis III, hay que encontrarlas aún, y de expediciones ordenadas por él, como las del templo de Hatshepsut”. Entre lo más sensacional está el pequeño relieve polícromo de una abeja, parte del nombre nesut-bity del faraón. ¿Con tanta delicia no hay hurtos en la excavación? “No, en general nunca he oído de nadie que robe", reflexiona Myriam; sería un problema gordo, se nos caería el pelo si aparece material nuestro en el mercado. Empleo siempre gente de confianza, llevo años trabajando en Lúxor y eso crea lazos”.

Después de una jornada intensa y emocionante, el equipo regresa a casa, un edificio frente al templo de Medinet Habu. Tras la comida se enfrascan en sus ordenadores. Resulta curioso contemplar las impresionantes ruinas vecinas desde la terraza en la que los arqueólogos han tendido su ropa, incluido un bonito sujetador azul.

Al día siguiente, Seco me lleva a comer a Al Baeirat, un lugar precioso tan cerca del Nilo que casi podrías recoger la cesta de Moisés en la orilla. Hablamos de cómo llegó ella aquí y cómo consiguió el templo de Tutmosis. Se ha puesto cómoda y bebe una cerveza. “Desde niña he soñado con el Próximo Oriente y siempre he tenido claro que quería ser arqueóloga. Ha sido duro, he tenido que luchar mucho, y en solitario". La investigadora llegó a apuntarse en una misión estadounidense de arqueología subacuática en el mar Rojo ¡sin saber bucear! Hizo un curso y se lanzó a la piscina, literalmente. Pasó tres meses haciendo dos inmersiones diarias en un pecio del XVIII con porcelana china y aprendió el oficio. Luego trabajó con el equipo de buceadores de Empereur en Alejandría, entre los restos del viejo faro. Desembarcó en Lúxor en 2000 con los alemanes para colaborar en el proyecto de los colosos de Memnon.

¿Cómo te cae un templo, y nada menos que el de Tutmosis III?, le pregunto. “Buscaba una excavación y me encantaba la idea de un templo, pedí excavarlo a través de la Academia de Bellas Artes de Sevilla. Aquí me conocían después de tantos años. La Embajada española tuvo un papel muy importante. Este templo es el regalo de Egipto después de tantos años de esfuerzos. Habíamos pensado también en Malkata, el palacio de Amenofis III, pero es un yacimiento inabarcable y me alegro de que no nos lo dieran. Hawass me dijo: ‘Búscate otra cosa, Myriam”. Asiento, recordando la excursión anoche para cenar al hermoso hotel Al Moudira, un lugar digno de Justine y Nessim, y para el que tuvimos que atravesar la enorme extensión del viejo palacio, inundado por el desierto. “El templo de Tutmosis III es difícil, pero abarcable”.

    Poder trabajar aquí es un regalo de Egipto después de tantos años de esfuerzos", reconoce Myriam Seco

Myriam tiene grandes planes. “No podemos convertirlo en Karnak, remontarlo, pero sí poner en valor el yacimiento, hacerlo visitable y exponer in situ todo lo que hay de interés; tenemos relieves de una gran belleza, y las tumbas. Un museíto sería fundamental”. La egiptóloga admite que con el templo la arqueología española ha dado un salto de escala. “Claro, como con las excavaciones de Galán; Lúxor es el centro, un sitio de primera, como Guiza o Saqqara”. Este proyecto le viene como anillo al dedo. “Me encanta, implica coordinar a mucha gente, estar atenta a mil cosas, tumbas, capillas, bloques de adobe, inscripciones, una gran variedad. Va con mi carácter, la propia personalidad de Tutmosis es multifacética, el guerrero, sí, el Napoleón egipcio, pero también compasivo, hombre de cultura y organizador de expediciones de las que hacía traer especies exóticas para sus jardines y zoos”. Tenía sus defectillos, como todo monarca. Le gustaba cazar elefantes. “Una crónica informa que de regreso de una campaña en Siria se desvió para ello y durante la cacería un oficial hubo de salir en su auxilio al ser embestido por un paquidermo. El soldado le cortó la trompa”.

¿Se lo merece ella, el templo? “¿Crees en la justicia? Quizá es que uno tiene lo que busca”. ¿Cómo es ser jefa de hombres en un país islámico? “No he tenido problema por ser mujer. Tengo 300 hombres. Les mando y les pago. Siempre me han aceptado. Entiendo sus problemas –la crisis del turismo, que deja a tantas familias sin recursos– y les ayudo en lo que puedo. Marca mucho poder hablarles en árabe, conversar con ellos”. ¿Puede haber cambios en el país? “Va a haber un cambio sin duda, todo el mundo espera un no sé qué, hay un anhelo en el aire. El futuro de Egipto es una incógnita. Tienen que resolver tantos problemas, educación, sanidad, exceso demográfico”. La luz va decayendo. Le pido que se permita soñar qué pueden encontrar en el viejo templo. “Egipto siempre te da sorpresas. Tumbas con ajuar intacto. Quizá un escondite con estatuas. Inscripciones que aclaren aspectos del reinado de Tutmosis, su relación con su poderosa tía Hatshepsut, sus campañas, asuntos internos. Nunca imaginé que el templo iba a darnos tantas alegrías. Nos esperan 15 años de trabajo. ¡Piensa en todo lo que puede aparecer!”.


Fuente: http://elpais.com

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